Uno de los trabajos más desconocidos de Stanley Kubrick hasta hace relativamente poco tiempo (ahora sin duda no tanto, gracias a Internet) y posiblemente el que mejor ilustra la cabezonería y las inseguridades del realizador neoyorquino, más propias de un niñato imberbe que de un supuesto genio del cine. En sus manos, la adaptación de la novela picaresca escrita por William Makepeace Tackeray se volvió problemática desde el principio: Robert Redford había aceptado el papel principal, pero se echó atrás a última hora (quizás intuyendo la que se avecinaba) y fue sustituido a toda prisa por Ryan O´Neal, entonces en la cúspide de su carrera pero inadecuado para dar vida al pendenciero Redmond Barry. Empeñado contra toda opinión en filmar en exteriores auténticos del siglo XVIII y a la luz de las velas, Kubrick se enzarzó en discusiones absurdas acerca de las localizaciones e hizo sudar sangre al ingeniero californiano Ed DiGiulio para que acoplase una lente especial de la NASA en una cámara de cine, que hubo de ser reconstruida casi pieza por pieza. Una decisión que, lejos de suponer demostración de talento alguna, fue una ridícula excentricidad que complicó sobremanera el rodaje.
Y aún hubo más: la decisión de trasladarse a la patria natal del protagonista del libro, Irlanda, retrasó aún más la producción y llevó a Kubrick y a su familia a recibir amenazas del IRA. Finalmente el rodaje se prolongó dos años, tiempo más que suficiente para que el director saliera tarifando con todo el mundo (es conocida la anécdota de un técnico al que se vio pateando un decorado mientras gritaba: “¡Piensa en la hipoteca, piensa en la hipoteca!”). Un infierno del que resultó una película demasiado larga e irregular, que el crítico de Los Angeles Times Charles Champlin equiparó a “esos libros muy grandes, muy caros, muy elegantes y muy aburridos que se ven sobre las mesas de los salones”. Y también el mayor fracaso comercial en la carrera de Kubrick, que por ello tuvo que aparcar los proyectos que tenía entre manos para asegurarse un éxito de taquilla llevando a la gran pantalla un best seller contemporáneo: El resplandor.