Hasta hace sólo unas pocas décadas, la profesión periodística gozaba de cierta pátina de respetabilidad social. Cierto que el periodismo basura ha existido desde siempre, pero los periodistas (o al menos algunos periodistas) eran considerados por buena parte de la ciudadanía como una suerte de línea defensiva ante los desmanes de gobiernos, empresas y gente poco recomendable en general. Hoy día, el corporativismo derivado de la globalización ha acarreado una creciente pérdida de credibilidad de los medios de comunicación, más palpable si cabe en el ámbito de la TV. En España el caso es particularmente crítico, pues las diversas estrategias de aborregamiento de masas puestas en marcha por la clase gobernante, independientemente de su signo político, han conseguido, entre otras cosas, que elementos como este o este otro sean definidos como “periodistas” y que hasta se les otorguen premios y todo, cuando lo normal hubiera sido encajarlos a patadas en un vagón de ganado y despacharlos a un campo de trabajos forzados lo más rápidamente posible.

En Estados Unidos, país que siempre ha sido considerado como adalid de las libertades (también a la hora de ejercer el periodismo) la situación no es muy diferente. Aunque bien es cierto que veinte años de plagas bíblicas en forma de gobiernos ultraconservadores le han hecho mucha pupa al gremio (y lo que te rondaré morena), todavía es posible encontrar allí ejemplos de periodismo del bueno, en contra de la opinión de muchos de nuestros hintelektualez patrios, que consideran aquel lugar como una cueva poblada casi en exclusiva por malvados ultraderechistas portadores de armas y paletos con lesión cerebral, por si fuera poco también portadores de armas. No obstante, basta ver una película como El síndrome de China para darse cuenta de cómo han cambiado las cosas (a peor, desde luego) en el transcurso de unas pocas décadas.

Porque a finales de los años 70 del siglo pasado, ser periodista en Estados Unidos molaba: significaba pertenecer a un poderoso y respetado lobby capaz de tumbar un gobierno si se daba la ocasión. El estallido del caso Watergate puso de moda al oficio y a sus oficiantes, y a remolque de ello surgieron películas que serían completamente inviables en el mundo actual, donde se denunciaban sin tapujos los turbios manejos de unas corporaciones cuyo único interés consiste en ganar dinero, sin importar para nada la seguridad o el bienestar de la sociedad en su conjunto.

Los autores de El síndrome de China tomaron nota de la creciente pujanza del movimiento antinuclear para construir un potente trhiller, que sirvió para apuntalar la carrera de Michael Douglas como actor y productor. De paso, Michael tomó buena nota de una brillante idea paterna, y si Kirk Douglas había aprovechado el rodaje de Espartaco para rescatar del ostracismo (y a precio de saldo) al defenestrado Dalton Trumbo, su hijo haría lo propio con Jane Fonda, no muy bien considerada en su país desde que tuvo la genial ocurrencia de visitar a los herederos de Ho Chi Minh en plena guerra de Vietnam. En todo caso ambos están espléndidos, magníficamente acompañados por Jack Lemmon y por un brillante conjunto de secundarios de esos que “te suenan” de haberlos visto en muchas otras películas y series de TV, y que resultan solventes en casi cualquier circunstancia.

Estamos pues ante una película brillante, entretenida y plenamente válida en el actual contexto social, en el que los poderes políticos y mediáticos aparecen cada vez más supeditados al albedrío de unas corporaciones cada día más poderosas. A este respecto es destacable la magnífica secuencia final, acompañada de unos créditos finales carentes de toda banda sonora. Un ejercicio de reflexión ahora que en ciertas esferas se vuelve a hablar de la necesidad de retomar la fisión nuclear como fuente de energía viable para el futuro. Y es que antes de hablar, personajes como este deberían ver la película. Aunque supongo que eso no les haría cambiar de opinión, por supuesto.

Resultado: Aplauso. Limpio y libre de toda miasma nuclear, obviamente.

Ficha en la IMDB.

(Este artículo fue publicado incialmente por Leo Rojo en COMPUTER-AGE.NET el miércoles 28 de julio de 2010 y se reedita con el permiso de su webmaster).

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