Tras la decepción de crítica y público con Cortina rasgada y Topaz (sin duda una de sus películas más flojas) y de verse por ello obligado a regresar a Inglaterra para seguir haciendo cine, el inmenso éxito de Frenesí devolvió a Alfred Hitchcock su antigua popularidad. Frenesí es un thriller de primera clase, singularizado por las emociones opuestas que produce la mezcla de humor macabro con la escabrosa trama principal. Hitchcock y el guionista Anthony Shaffer tomaron como base una novela de Arthur La Bern titulada Goodbye Piccadilly, Farewell Leicester Square, pero la alteraron sustancialmente en el proceso llegando incluso a cambiarle el nombre por el de un guión previamente rechazado por los estudios americanos.
El gran Jon Finch (uno de los mejores actores británicos de su generación) da vida en Frenesí a Richard Blaney, un héroe de guerra caído en desgracia que malvive sirviendo copas en un pub de Londres, ciudad muy agitada últimamente por la presencia de un asesino de mujeres que estrangula a sus víctimas usando una corbata. Por una jugarreta del destino Blaney, un hombre bueno en el fondo pero al que pierden sus modales violentos y su afición por la bebida, se convierte en el primer sospechoso de ser el temido criminal. Con todo en su contra se verá puesto en un brete de muy difícil salida. En resumen, una historia típica de Hitchcock: la de la persona honesta obligada a salir por patas ante una situación excepcional que pone en juego su vida, aunque esta vez cargada de matices muy especiales.
«Contrataba a los actores como contrataría al carpintero de los estudios». Así definía Barry Foster (el asesino de la corbata en la peli) al «Mago del suspense». Sin embargo, todo el reparto coincide en que se lo pasó bastante bien en el set y que en general el ambiente era muy distendido. Hitch, ya septuagenario y sin necesidad de tener que demostrar nada (menos aún en Inglaterra, donde se le consideraba una leyenda viviente), no sentía la presión inherente al trabajo con los grandes estudios de Hollywood. Y tal vez por eso las musas le ayudaron más que otras veces y la película le quedó virtualmente redonda, aunque el rodaje tampoco estuvo exento de problemas. El principal de ellos el ataque cardíaco sufrido por Alma, la abnegada mujer del director, quien por fortuna no tardó en recuperar la salud. Tanto que al final vivió más que él. Otros vinieron por la dificultad de algunas escenas (la de la famosa violación requirió tres días y el uso de dobles) o el descontento del tito Hictch con la música de Henry Mancini, que consideraba demasiado oscura y siniestra. La partitura del famoso compositor fue desechada y sustituida por otra de Ron Woodwin, que no se vio lastimado por tener que trabajar a contrarreloj y supo captar mejor la peculiar esencia del filme con su obra de clásico y mayestático aire british.
Busque, compare, y si algo no le gusta mándelo a la mierda. Aunque sea de Henry Mancini.
Poco más cabría decir de esta pequeña maravilla (lo de «pequeña» se debe a que costó muy poco dinero). El guión es sólido, el reparto está espléndido y la técnica resulta impecable, pero por encima de todo y todos está, por supuesto, el director. Carlos Pumares decía de Hitchcock que podía ser muy vago y chapucero. Pero también un genio, y en Frenesí lo demuestra con creces en escenas como la que él denominaba «el adiós a Babs»: un ingenioso travelling con la cámara descendiendo lentamente por una escalera en completo silencio hasta que llega a la calle, donde el ruido se desborda. O un plano fijo sostenido con maestría durante unos angustiosos e interminables segundos, en los que parece que no ocurre nada pero todo el mundo sabe lo que va a ocurrir… Y por supuesto la escena de la violación, cuyo prodigioso montaje a base de primeros planos muy cortos logra provocar auténtica repulsión, tal como pretendía el guionista Anthony Shaffer. Es él quien mejor resume la película: «Al final, todo nos salió bien».
Resultado: Digno de mi mejor corbata.