Tenía muchas ganas de visionar este documental sobre una figura por la que no me importa reconocer admiración. Porque en cierta forma me recuerda a mí mismo. Porque John Milius era un tocapelotas, un provocador que disfrutaba soliviantando a las masas y a quienes las pastorean.

En los sesenta, cuando entre la juventud norteamericana se imponía la contracultura hippy como forma de contestar al poder y se hacía evidente que no era más que una moda, impulsada por una ralea de niños pijos motivados únicamente por la idea de pasarlo bien con la excusa del “amor libre” y demás tonterías, Milius se posicionó en el lado diametralmente opuesto. Por convicciones, desde luego, porque su máxima aspiración habría sido ingresar en las Fuerzas Aéreas para combatir (y morir) en Vietnam; pero también por fastidiar a todo imbécil que se cruzase en su camino, disfrutando de paso con ello. Y en este mundo los imbéciles son legión.

«¿Que me parezco a Fidel con estas pintas, dices? Antes preferiría que me llamases hijoputa». 

Dejando eso aparte, Milius era esencialmente idéntico a sus compañeros de la escuela de cine. Procedía de una familia de clase media y se había destetado viendo la tele y yendo de vez en cuando a pasar la tarde al cine de la esquina, siendo la oveja negra. Y como tal, frustrada su intención de ingresar en el Ejército por ser asmático, sin futuro, acabó en la Escuela de Cine de la USC, que aunque hoy destile mucho glamour, en los años sesenta era como una especie de cesto para manzanas podridas: un antro que recogía a jóvenes básicamente incapaces de estudiar una carrera universitaria como Dios manda.

La casualidad quiso que en aquel momento coincidiesen en sus aulas algunos elementos que puede que no valiesen para estudiar Medicina, Derecho o Empresariales, pero que estaban llenos de ideas frescas y (lo más importante) tenían talento para llevarlas a cabo con éxito. Por si fuera poco llegaron en un momento más que oportuno, en el que el cine vivía una situación muy parecida a la actual y les necesitaba como el comer: el público le había dado la espalda mientras las apolilladas estructuras de los estudios, ancladas en el pasado e incapaces de responder a las nuevas demandas, se venían abajo. Milius y sus colegas Spielberg, Coppola, Scorsese, Malick o Lucas irrumpieron en escena y cambiaron Hollywood para siempre.

«La mayor ilusión de mi vida: arrojar la bomba sobre mujeres y niños».

Todos ellos coinciden en señalar el gran talento de Milius como guionista y todos ellos recurrirían a él en alguna ocasión para salir de aprietos, como bien se indica en la película que nos ocupa y en la que Milius aparece retratado de un modo fascinante, algo que sin duda tiene ganado a pulso.

Porque siempre fue un chalao, un tipo deliberadamente extravagante y bravucón que no se plegaba a convencionalismos, que no vacilaba a la hora de enfrentarse con cualquiera incluso a hostia limpia de ser necesario (el caso de un profesor de la USC que se negó a proyectarle un corto), que salía a la calle para celebrar el Año Nuevo disparando al aire con un arma escogida de su arsenal privado, y aprovechaba la mínima oportunidad para dejar en evidencia a los ejecutivos de los estudios y burlarse de ellos. Como cuando le exigieron añadir unas correcciones al guión de El gran miércoles para aprobar la película. Los ejecutivos querían el guión corregido impreso en papel azul para diferenciarlo del anterior y Milius se limitó a imprimir en papel azul el guión original, sin tocar una coma, enviándolo de vuelta al estudio. Le respondieron que había quedado perfecto, dando luz verde al proyecto. ¿Alguien piensa que un tío así no merece una reverencia?

Resultado: Aplausos a tiros.

Ficha en la IMDB.

4 thoughts on “Aplausos o abucheos: Milius”

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