Pues eso, porque ya lo sabéis todos. Murió Christopher Lee. Otro icono del pasado del cine que se va sin que nadie venga a sustituirle. Porque el cine es pasado, nos guste aditirlo o no, y como afirma Iván Reguera en este excelente homenaje, «nos deja en manos de vampiros convertidos en niñatos pálidos y depresivos o cachas con menos expresividad que Mister Potato». Que su muerte haya trascendido más en Facebook o Twitter que en medios culturales, más entre freakies y pajilleros que le recuerdan antes como Saruman o Doku que como el mejor Drácula del cine, dice mucho acerca de cómo estamos. Hay que decir, no obstante, que la larguísima carrera de Christopher Lee no se distinguió precisamente por su brillantez. En ella hay mucha morralla, quizás demasiada; pero también tuvo ocasión de lucirse en un puñado de películas tan grandes como olvidadas, aparte de interpretar a uno de los malos más elegantes de la saga Bond. Más fascinante que su carrera fue su vida, que en sí misma fue toda una película:
Algún día tengo que reveer esas pelis antiguas, las tengo muy perdidas en las brumas del tiempo!
Como todos. Tampoco yo voy a engañar a nadie. Pero tampoco es menos cierto que las que recuerdo son ciertamente malas, salvo honrosas excepciones.