Llegamos por fin a la conclusión de la apasionante historia de Pedro Vidal, un recorrido que iniciábamos hace algunas semanas basándonos en artículos escritos hace años por el escritor y periodista Marcos Ordóñez. En el capítulo anterior habíamos dejado a Vidal en 1969 disfrutando su mejor momento profesional y personal. Amigo íntimo del gran David Lean, era un fijo en el inminente rodaje de La hija de Ryan que se llevaría a cabo en Irlanda, en el que sólo el director de fotografía y el propio Lean tendrían más poder de decisión que él. Allí recalaría junto a Susan Diederich, la rica heredera con la que se había casado y que le daría una hija ese mismo año. Vidal estaba pletórico. Se sentaba en la cima del mundo, o muy cerca de ella. Pero como puede ocurrir en casos así, es entonces cuando la tierra que pisamos suele deslizarse bajo nuestros pies.
La gestación de La hija de Ryan fue infernal no, lo siguiente. El plan de rodaje enseguida se convirtió en papel mojado por los caprichos del clima irlandés y el equipo, muchas veces con Vidal al frente, tuvo que plantar cara a toda clase de imponderables. Para colmo la película fue molida a palos por la crítica una vez se estrenó, y el público no llegó a responder tal como cabría esperar en una producción de esta envergadura. De cierta manera, el fiasco de La hija de Ryan señaló el fin de una época en la historia del cine pareja al final de una década, la de los 60, marcada por grandes películas de corte épico como las que Lean venía facturando desde el final de la década anterior. Con la llegada de los 70 el público, influido por corrientes como el Nuevo Hollywood y sus integrantes (Coppola, Bogdanovich, George Lucas…), empezó a demandar un cine diferente.
De la noche a la mañana, realizadores como David Lean, aquellos que trabajaban habitualmente con él y todo lo que representaban se habían quedado anticuados. Aún más: eran auténticos dinosaurios. Lean lo comprendió al extremo de optar por el retiro, en principio definitivamente, cansado de la que había sido su profesión durante cuarenta años. Otros lo llevaron peor, como fue el caso del propio Perico Vidal, inmerso en una espiral autodestructiva por su adicción al alcohol que acabaría con su matrimonio y su carrera, que sólo retomaría puntualmente años después tras un periplo que le llevó a vivir en México, donde colaboró activamente con Alcohólicos Anónimos. Tras regresar a España hacia finales de los ochenta, llevó una existencia discreta hasta su muerte en diciembre de 2010, víctima de un cáncer. Con 84 años, pocos podrán presumir de haber vivido una vida como la suya.
Big Time episodio catorce: En Irlanda con la hija de Ryan.
Big Time episodio quince: Fumando hierba con Robert Mitchum (season finale).