El título original (Von Richthofen & Brown) aclara mejor por dónde va esta película del legendario Roger Corman, mago de la serie B a cuya vera se iniciaron tipos del calibre de Francis Coppola, Martin Scorsese o James Cameron. En esta ocasión no solo produce como era su costumbre, sino que también dirige un largometraje que podría pasar por una superproducción si lo comparamos con el grueso de su trabajo. El Barón Rojo supuso la cristalización de un sueño que Corman se pasó años acariciando hasta que por fin pudo llevarlo a cabo tras firmar un acuerdo de colaboración con United Artist. Pero el sueño acabó trastocado en pesadilla por culpa de una gestación tormentosa que sufrió varios retrasos, un rodaje espantoso en Irlanda con varios accidentes a consecuencia de los cuales un hombre resultó muerto, y finalmente una recepción distante del público y la crítica. Tras afirmar públicamente que «dirigir se ha vuelto muy difícil y doloroso», pasarían veinte años antes de que Corman se pusiese de nuevo tras una cámara.
Aun con sus defectos, entre los que cabría mencionar una realización algo plana con personajes bosquejados antes que otra cosa, El Barón Rojo es una cinta muy reivindicable. Desde el punto de vista histórico resulta totalmente inexacta al plantear una rivalidad que jamás existió, pero el enfoque de la Primera Guerra Mundial como el conflicto bélico donde se produce la transición definitiva desde la antigua «guerra entre caballeros» hacia un moderno enfrentamiento industrial totalmente despiadado, en el que los protagonistas de la historia pasan de brindar por sus enemigos a ametrallar personal sanitario, resulta en cambio bastante interesante. A ello se une un conjunto de escenas aéreas espectaculares y bien filmadas en general, aunque a veces sean algo confusas también. La película queda de este modo aceptablemente equilibrada en conjunto (digámoslo así), y ofrece un entretenimiento digno aunque no destaque por nada en especial.