León de Oro en el festival de Venecia. Y seguramente la mejor película de ese ídolo de gafapastas que es Darren Aronofsky, que para la ocasión “hizo un Tarantino” rescatando del olvido a dos mataos como Mickey Rourke y Marisa Tomei, ofreciéndoles dos caramelos en forma de papeles que aprovecharon para ganar sendas nominaciones al Oscar. Merecidas, especialmente en el caso de Rourke, porque el hombre se luce y creyó en la oportunidad que le daban hasta el punto de herirse de verdad en algunas escenas para dar más realismo a su interpretación, aunque la Tomei no se queda ni mucho menos atrás. Y sin necesidad de lacerarse el cuerpo, sólo enseñando can-ne. Un poco pasada de fecha, pero can-ne a fin de cuentas.
Filmada con un estilo documental derivado de su bajísimo presupuesto pero muy a la moda de su época (abusando, eso sí, de travelings cámara en mano grabando al prota de espaldas y tal), a muchos les parecerá que entronca directamente con esos telefilmes “basados en hechos reales” que las teles suelen utilizar para rellenar las tardes de sobremesa. Sórdida y deprimente, no resulta muy recomendable para verla en los momentos más bajos de tu vida, pero está bien pese a dejar una sensación parcialmente negativa. Porque historias como esta sobre la inquebrantable dignidad de dos perdedores las hemos visto a millares. Y porque da la impresión de que, de no ser por la pareja protagonista, no dejaríamos de estar, efectivamente, ante un telefilme baratucho.