Película española de 2002 que supuso la culminación a un gran año en la carrera de su protagonista José Coronado, quien logró lucirse en este filme tanto como poco antes lo había hecho en La caja 507. Mientras la vemos su argumento nos podrá parecer rocambolesco y puede que hasta disparatado, pero increíblemente sigue de cerca una historia verídica: la del ciudadano francés Jean-Claude Romand, quien a base de tejer una enmarañada red de mentiras hizo creer a todo el mundo que era un respetado miembro de la OMS, manteniendo la superchería (amén de un alto nivel de vida) durante casi dos décadas hasta ser descubierto, motivo por el cual terminó asesinando a su familia y luego trató de suicidarse para evitar el escarnio. La policía no consiguió impedir los crímenes pero sí el suicidio de Romand, condenado a una cadena perpetua que aún hoy sigue purgando en la cárcel. Uno de los sucesos más estremecedores (a la par que extrañamente fascinantes) en la criminología contemporánea.
En La vida de nadie, aparte de la necesaria “españolización” obligada por el plantel de actores escogido y la propia nacionalidad de la película, la historia es básicamente la misma: la de un hombre, Emilio Barrero, que tras su fachada de importante ejecutivo del Banco de España esconde una realidad en la que todo aquello que es motivo de admiración para su familia y sus amigos resulta ser una gran mentira, cada vez más difícil de sostener conforme va pasando el tiempo. Si hay un adjetivo que define a la película ése es “malrrollera”, pues al principio Emilio se nos presenta como un hombre con una vida normal, incluso envidiable, y poco a poco vamos abriendo los ojos a la cruda verdad, en la que el protagonista no tiene reparos en aprovechar cualquier resquicio con tal de mantener su impostada vida un día más. El mal rollo se acrecienta gracias a las buenas actuaciones tanto de José Coronado (que carga el peso de la película sobre sus hombros con bastante solvencia) como de Adriana Ozores, que interpreta a su ingenua esposa cegada por el amor y el orgullo que siente hacia su, en apariencia, triunfador marido.