Debut en la dirección de Antonio Banderas con un proyecto basado en una novela del escritor y periodista Mark Childress, publicada en 1993 y que inicialmente había sido objeto de interés para Melanie Griffith y su entonces marido Don Johnson. El malagueño, no contento con «levantarle» la mujer a Johnson, se apropió también de la adaptación del libro al cine, finalmente estrenada en 1999 y en la que Banderas realizó una labor «competente» en palabras del afamado crítico Roger Ebert. En España, donde el actor era por entonces una celebridad absoluta, Locos en Alabama fue recibida con cantidad de masajes. En países más dados al ejercicio del periodismo antes que a la propaganda y el peloteo a famosos, la recepción fue en cambio mucho más mala y se saldó con un rotundo fracaso cristalizado incluso en una nominación a los Razzies para Melanie Griffith, aunque es justo afirmar que los «Antióscar» son desde hace tiempo una pantomima que no merece ser tomada en serio en modo alguno por alguien que esté en sus cabales.
Ambientada durante el verano de 1965 en una pequeña ciudad de Alabama, uno de los estados más racistas de la «tierra de la libertad» y donde por entonces los negros no tenían derecho al voto, pudiendo incluso acabar en la cárcel si se sentaban en el asiento equivocado del autobús, Locos en Alabama se divide claramente en dos tramas que convergen durante el segmento final. En la supuestamente principal la protagonista es Lucille, una ama de casa con siete hijos que, harta de recibir malos tratos por parte de su marido, decide quitárselo de en medio para marcharse a Holllywood y cumplir su sueño de ser una estrella del cine y la TV… llevándose consigo la cabeza del marido metida en una nevera portátil oculta en el interior de una sombrerera. Pero no sin antes confesarle el crimen a su madre y a su sobrino favorito Peter Joseph, al que todos conocen como Peejoe.
En la trama supuestamente secundaria Peejoe, un chaval de trece años bastante despierto, es testigo directo de la lucha de los negros por sus derechos civiles, entonces en plena efervescencia. Aunque es consciente de que su situación es claramente injusta, considera que no puede hacer nada porque «las cosas son así». Hasta que presencia el homicidio intencionado de un chaval negro por parte del sheriff de la localidad, un racista miserable, al que mata sólo por pretender bañarse junto a otros amigos de su misma raza en la piscina municipal, vetada a la gente de color. Paradójicamente, es esta trama presuntamente secundaria la que aglutina lo mejor de la película tanto por el interés de la trama en sí como por su buen reparto, plagado de secundarios con enjundia y buen hacer como David Morse, Cathy Moriarty, Rod Steiger, el malogrado Meat Loaf o un jovencísimo Lucas Black.
En comparación, la trama protagonizada por Melanie Griffith resulta prescindible por aburrida, poco verosímil e intrascendente. Sólo al final cobra algo de sentido cuando ambas tramas se unen, pero en conjunto Locos en Alabama es una película irregular, inconexa en muchos tramos y, desde luego, quedó claro desde el principio que no iba a marcar ningún hito en la historia del cine. Si acaso, lo más destacable quizá se encuentre en la presencia de Debra Hill como productora y en la estupenda música de Mark Snow, creador de la melodía que presentaba la mítica teleserie Expediente X.