Documental de origen español sobre la figura de Sam Peckimpah, centrado en la época que el director pasó alojado en la habitación de un remoto hotel situado en Montana que acabaría llevando su nombre.
De mano de su hija Lupita, fruto de la tormentosa relación que el realizador mantuvo con una aspirante a actriz mexicana, conoceremos una faceta del personaje que ha pasado desapercibida durante décadas. Convertido en un apestado para la industria del cine por su adicción al alcohol y a las drogas, que le soltaban la lengua (y a veces también los puños) más de la cuenta, allá por 1978 Peckimpah decidió marcharse de Hollywood durante una temporada retirándose a las montañas, donde incluso llegó a comprar un terreno en el que instaló una cabaña de madera para vivir tan aislado como le fuera posible. Pero negándose a dejar atrás todo lo que le había dado mala fama: la paranoia inducida por el consumo de drogas le llevó a dormir con un arma cargada bajo la almohada y a poner barrotes (e incluso alambres de espino) en los accesos a su habitación del hotel, convencido de que podrían asaltarle en cualquier momento.
Sin eludir el obligado tono nostálgico – rehabilitador del personaje, del párrafo anterior se extrae que este documental tampoco evita tratar su faceta más oscura, que le llevó a morir con tan solo 59 años completamente machacado por dentro y por fuera. Lo hace sin hincar demasiado los colmillos, eso sí, por aquello de no faltar al respeto de un tío que, pese a todo, a pasado a la historia como un revolucionario del cine de acción gracias a películas como Grupo salvaje o La huida, en cuyo lenguaje visual introdujo una serie de innovaciones imitadas hoy hasta la saciedad y sin las cuales resulta imposible entender la evolución del género.