La obra maestra de Clint Eastwood o como mínimo una de sus mejores películas, lo que ya es decir viniendo de alguien con una filmografía extensísima cuajada de títulos inolvidables. Culminación de un género que podríamos denominar como «anti western», cuya imagen del Oeste y los tipos que lo habitaban se oponía al idealismo de las clásicas películas de «indios y vaqueros» como las que protagonizó John Wayne. Una visión atípica que Eastwood haría suya, empezando a cultivarla en la mítica «trilogía del dólar» o El seductor junto a sus amigos / mentores Sergio Leone y Don Siegel, para después moldearla como productor y director en películas como Infierno de cobardes, El fuera de la ley o El jinete pálido, mostrando un Far West miserable y lleno de gentuza incluso entre los supuestos héroes.
Precisamente «a Sergio y Don» va dedicada la cinta que nos ocupa, tal como reza en los créditos finales. Sin duda ambos se habrían mostrado satisfechos de ver sus nombres incluidos en un filme cuyo resultado es intachable en cualquier faceta que se nos ocurra analizar, desde el casting a la dirección del mismo (con Gene Hackman o Richard Harris simplemente colosales, y nada más son dos ejemplos), pasando por la fotografía de Jack Green, el montaje de Joel Cox o la nihilista banda sonora de Lennie Niehaus, aunque curiosamente el famoso y evocador Claudia´s Theme fuese obra del propio Clint Eastwood e interpretado por el guitarrista brasileño Laurindo Almeida. Los arreglos orquestales de la versión que puede escucharse en los créditos finales sí son cosa de Niehaus, y quedan muy bien, acentuando la preciosidad de la melodía.
Tal como acostumbraba, Eastwood recurrió a viejos colegas de fatigas curtidos junto a él en mil y una vicisitudes (hasta aparece por ahí su amigo Buddy Van Horn como «consultor técnico»), y juntos llegaron a lo más alto partiendo de un guión escrito a mediados de los setenta por David Webb Peoples, coautor del libreto de Blade Runner. Eastwood ya se había fijado en él a primeros de los 80 y lo compró después de que Francis Coppola no pudiese rodarlo por haberse arruinado tras el estreno de Corazonada. Fue una decisión oportunista pero también el mayor acierto de su vida, qué duda cabe. Con la influencia del que había sido «su género», al que tantas películas destacables ha legado, y el de sus maestros (sin olvidar referencias a John Ford o Sam Peckimpah, presentes a lo largo de todo el metraje), Clint Eastwood decidió, llegado el momento, que ya era hora de reivindicarse como productor, actor y director con todas las letras, algo que no siempre se le reconocía. Lo demás, como suele decirse, es historia.